lunes, 10 de noviembre de 2014

10 de noviembre de 1827 (Italia tiene siete u ocho centros de civilización)


[...] Italia tiene siete u ocho centros de civilización. El acto más sencillo se realiza de una manera completamente diferente en Turín y en Venecia, en Milán y en Génova, en Bolonia y en Florencia, en Roma y en Nápoles. Venecia, a pesar de las desventuras inauditas que van a aniquilarla, tiene la franca alegría; Turín, la biliosa aristocracia. La bondad milanesa es tan célebre como la avaricia genovesa. Para ser considerado en Génova, es preciso no gastar más que la cuarta parte de la renta,
y, si se es viejo y rico, jugar malas pasadas a los hijos; por ejemplo, introducir en sus contratos de bodas cláusulas insidiosas. Pero en este mundo todo está lleno de excepciones. La casa de Italia donde con más gracia se recibe a los extranjeros es la del señor marqués de Negro, en Génova. La situación de la Villetta, parque de este simpático hombre, es única por lo bella y pintoresca; y he conocido aquí un médico célebre que se enfada cuando los ingleses quieren pagarle una visita. A pesar de este rotundo contraste, no por esto deja de ser Génova la ciudad de la avaricia; diríase una pequeña ciudad del mediodía de Francia.

Los boloñeses son fogosos, apasionados, generosos y, a veces, imprudentes. En Florencia, hay mucha lógica, mucha prudencia y hasta mucho ingenio; pero en mi vida he visto hombres más exentos de pasiones; hasta el amor es aquí tan poco conocido, que el placer ha usurpado su nombre. Las pasiones grandes y profundas residen en Roma. En cuanto al napolitano, es esclavo de la sensación del momento; tan lejos está de acordarse de lo que sentía ayer, como de prever el sentimiento que le
agitará mañana. Creo que no se encontrarían en los dos extremos del universo unos seres tan opuestos y que se entiendan tan poco como el napolitano y el forentino.

Son más alegres los de Siena, que está sólo a seis leguas de Florencia, mientras que los de Arezzo son apasionados. En Italia, todo cambia cada diez leguas. En primer lugar, las razas son diferentes. Imaginemos dos islas del mar del Sur pobladas, por azar, de perros lebreles y de barbudos; una tercera está llena de épagneuls; una cuarta, de perrillos mopses ingleses. Las costumbres son diferentes. (gracias a lo exagerado de la comparación, captaréis todo el alcance de la diferencia que la experiencia pone entre el flemático holandés, el oriundo de Bérgamo, medio loco por la extremada viveza de sus pasiones, y el napolitano, medio loco por la impetuosidad de la sensación del momento.

Mucho antes de los romanos, Italia estaba dividida en veinte o treinta poblados, no sólo extraños los unos a los otros, sino enemigos. Estos estados, conquistados más o menos tarde por los romanos, conservaron sus costumbres y probablemente su lenguaje. Recobraron su individualidad cuando la invasión de los bárbaros, y reconquistaron su independencia en el siglo IX, cuando la creación de las célebres repúblicas de la Edad Media. Así, el efecto de la diferencia de las razas ha sido forti?cado por los intereses políticos.

¿Cinco o seis pequeños detalles de costumbres hubieran mostrado más claramente lo que he procurado indicar con estas frases tan graves?.

Es lo que escribe nuestro autor en la susodicha fecha en las páginas 103 a 105 de la edición que seguimos.

lunes, 18 de agosto de 2014

El Coliseo (18 de agosto)




La opinión corriente es que Vespasiano hizo construir
el Coliseo en el lugar donde estaban antes los estanques
y los jardines de Nerón; era aproximadamente el centro
de la Roma de César y de Cicerón. La estatua colosal de
Nerón, en mármol y de ciento diez pies, fue colocada
cerca de este teatro; de aquí el nombre de Colosseo.
Otros pretenden que este nombre viene de la extensión
sorprendente y de la altura colosal de este edificio.

Como nosotros, los romanos tenían la costumbre de
celebrar con una fiesta la inauguración de una casa nueva;
un teatro se inauguraba con un drama representado
con una pompa extraordinaria; una naumaquia, con un
combate de barcas; con carreras de carros, y sobre todo
con luchas de gladiadores, se celebraba la inauguración
de un circo; la caza de animales feroces, señalaba la
 fundación de un anfiteatro. Tito, como hemos visto,
presentó el día de la apertura del Coliseo un número enorme
de fieras que fueron muertas todas. ¡Qué dulce placer
para los romanos! Si nosotros no sentimos este placer
tenemos que agradecérselo a la religión de Jesucristo.

El Coliseo está construido casi por entero con bloques
de travertino, una piedra bastante fea llena de agujeros
la toba y de un blanco tirando a amarillo. La traen de
Tívoli. El aspecto de todos los monumentos de Roma
sería mucho más agradable al primer golpe de vista si
los arquitectos hubieran tenido a su disposición la bella
piedra empleada en Lyon o en Edimburgo, o bien el mármol
con el que están haciendo el Circo de Pola. (Dalmacia).

Sobre los arcos de orden dórico del Coliseo se ven números
antiguos; cada arco servía de puerta. Numerosas escaleras
a los pórticos superior y a las gradas. Así, en pocos instantes,
cien mil espectadores podían entrar y salir del Coliseo.

Dicen que Tito hizo construir una galería que, partiendo de su
palacio del Monte Esquilino, le permitía ir al Coliseo sin
pasar por las calles de Roma. Debía de desembocar entre los
 dos arcos marcados con los números 38  y 39. [...]

El arquitecto que construyó el Coliseo tuvo el valor de ser
sencillo. Se guardó de recargarlo de pequeños ornamentos
bonitos y mezquinos, como los que estropean el interior del
patio del Louvre. En Roma el gusto público no estaba
viciado por la costumbre de las fiestas y de las ceremonias
de una corte como la de Luis XIV. [...]

A los emperadores de Roma se les había ocurrido la
sencilla idea de reunir en su persona todas las magistraturas
 inventadas por la república a medida de las necesidades del
 tiempo. Eran cónsules, tribunos, etc. Aquí todo es
simplicidad y solidez; por eso las junturas de los inmensos
bloques de piedra, que se ven desde todas  partes, toman
un carácter impresionante de grandiosidad. El espectador
debe esta sensación, que se acentúa más aún en el recuerdo,
a la ausencia de todo pequeño ornamento; toda la atención
 se dedica a la masa de tan y magnífico edificio.


Recreación de la "arena"

La plaza en que tenían lugar los juegos y los espectáculos se
 llamaba arena, por la arena que esparcían en el suelo los
días de juegos. Dicen que esta arena estaba antiguamente
diez pies más baja que hoy. Estaba rodeada de un muro lo
bastante alto para impedir a los leones y a los tigres lanzarse
sobre los espectadores. Esto mismo se ve hoy en los teatros
de madera destinados en España a las corridas de toros. En
este muro había unas aberturas cerradas con verjas de hierro,
por donde entraban los gladiadores y las fieras y se sacaban
los cadáveres.

En Roma, el lugar de honor está sobre el muro que rodeaba
la arena, y se llamaba podium. Desde aquí se podía gozar de
la fisonomía de los gladiadores moribundos  y distinguir los
menores detalles de la lucha. Aquí se hallaban los sitios
reservados a las vestales, al emperador y a su familia, a los
senadores y a los principales magistrados.

Detrás del podium comenzaban las gradas destinadas al
pueblo; estas gradas estaban divididas en tres órdenes
llamados meniana. La primera división contenía doce
 gradas, y la segunda quince; eran de mármol. Las gradas
de la tercera división eran, según se cree, de madera. Hubo
un incendio, y esta parte del teatro fue restaurada por
Heliogábalo y Alejandro. La totalidad de las gradas podía
contener ochenta y siete mil espectadores, y se calcula
que podían colocarse otros veinte mil de pie en los pórticos
de la parte superior, construidos en madera.

Sobre las ventanas del piso más alto se distinguen unos
agujeros en los que se supone que se empotraban las vigas
del velarum. Estas vigas soportaban unas poleas y unas
cuerdas, con las cuales se maniobraban una serie de
inmensas bandas de lona que cubrían el anfiteatro para
preservar a los espectadores del ardor del sol. En cuanto
a la lluvia, yo no concibo muy bien cómo estos toldos
podían preservar de las lluvias torrenciales que caen en
Roma. Edificios comparables a éste en tamaño hay que
buscarlos en Oriente, entre las ruinas de Palmira, de Balbec
o de Petra; pero esos edificios asombran sin gustar. Más
vastos que el Coliseo, jamás nos producirán la misma
impresión. Están construidos según otras reglas de
belleza a las que nosotros no estamos acostumbrados.
Las civilizaciones que han creado esta belleza han desaparecido.

Esos grandes templos altos y huecos de la India o de
Egipto sólo evocan los recuerdos innobles del despotismo;
no estaban destinados a gustar a almas generosas. Diez mil
o cien mil esclavos han muerto de fatiga en esos trabajos
asombrosos.

A medida que conozcamos mejor la Historia antigua,
¡cuántos reyes no encontraremos más poderosos que
Agamenón, cuántos guerreros tan bravos como Aquiles!
Pero estos nuevos nombres carecerán de emoción para
 nosotros. Se leen las curiosas Memorias de Bober,
emperador de Oriente hacia 1340, y después de pensar
en ellas un instante, se piensa en otra cosa.



El Coliseo es sublime para nosotros porque es un vestigio
vivo de esos romanos cuya historia ha llenado nuestra
infancia. El alma encuentra relaciones entre las
grandezas de sus empresas y la de este edificio. ¿Qué lugar
en la tierra vio alguna vez una multitud tan grande y
pompas tales? Al emperador del mundo (¡y este hombre
era Tito!) lo recibían aquí los gritos de alegría de
cien mil espectadores; y ahora ¡qué silencio!

Cuando los emperadores trataron de luchar con la
nueva religión predicada por San Pablo, que anunciaba
a los esclavos y a los pobres la igualdad ante Dios, enviaron
al Coliseo a muchos cristianos a sufrir el martirio. Este
edificio fue, pues, muy venerado en la Edad Media;
por eso no ha sido destruido por completo. Benedicto XIV,
queriendo quitar todo pretexto a los grandes señores que,
desde hacía siglos, mandaban a buscar piedras al Coliseo
como a una cantera, hizo erigir alrededor de la arena
catorce pequeños oratorios, cada uno de los cuales  contiene
un fresco representando un paso de la pasión del Señor. En la
parte oriental, en un rincón de las ruinas, han hecho una
capilla en la que se dice misa; al lado, una puerta cerrada
con llave indica la entrada de la escalera de madera por
la que se sube a los pisos superiores.

Al salir del Coliseo por la puerta oriental, hacia San Juan de Letrán, hay un pequeño cuerpo de guardia de cuatro hombres y el inmenso arbotante de ladrillo, hecho por Pío VII para sostener esta parte de la fachada exterior a punto de derrumbarse.

Luego, cuando el lector se haya aficionado a estas cosas, hablaré de las conjeturas propuestas por los sabios sobre las construcciones encontradas bajo el nivel actual de la arena del Coliseo, cuando se hicieron excavaciones por orden de Napoleón (1810  a  1814). Invito de antemano al lector a no creer en este género más que lo que le parezca probado, cosa importante para sus goces; es inimaginable presunción de los ciceroni romanos.

Es lo que escribe nuestro autor el día 18 de agosto de 1827, en las páginas 53 a 57 de nuestro libro.

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viernes, 15 de agosto de 2014

15 de agosto de 1827 (o Roma en 6 mañanas)*


Mi huésped ha colocado unas flores ante un pequeño busto de Napoleón que hay en mi cuarto. Mis amigos conservan definitivamente sus habitaciones en la Plaza de España, junto a la escalera que sube a la Trinità dei Monti.

Imaginad dos viajeros bien educados corriendo el mundo juntos; cada uno de ellos se complace en sacrificar al otro sus pequeños planes de cada día, y al final, del viaje resulta que se han importunado constantemente.

Cuando los viajeros son varios, si quieren ver una ciudad, pueden convenir la una de la mañana para salir juntos. No se espera a nadie; se supone que los ausentes tienen razones para pasar esa mañana solos.

En el camino se conviene que el que pone un alfiler en el cuello de su levita se hace invisible; y ya no se le habla. En fin, cada uno de nosotros podrá, sin faltar a la cortesía, pasear solo por Italia e incluso volverse a Francia; ésta es nuestra constitución escrita y firmada esta mañana en el Coliseo, en el tercer piso de los pórticos, sobre el sillón de madera colocado allí por un inglés. Por medio de esta constitución esperamos que nos querremos al volver de Italia lo mismo que al ir. [...]

Yo diría a los viajeros: al llegar a Roma, no os dejéis envenenar por ninguna opinión; no compréis ningún libro: demasiado pronto la época de la curiosidad y de la ciencia reemplazará a la de las emociones; alojados en la Via Gregoriana o, por lo menos, en el tercer piso de una casa de la Piazza Venezia, al final del Corso; evitad la vista y, más aún, el contacto de los curiosos. Si al visitar los monumentos por las mañanas tenéis el valor de llegar hasta el aburrimiento por falta de compañía, así fueseis el ser más apagado por la pequeña vanidad de salón, acabaréis por sentir las artes.

En el momento de entrar en Roma, tomad una calesa, 34 según que os sintáis dispuestos para sentir lo bello inculto y terrible. O lo bello bonito y ordenados, haced que os lleven al Coliseo o a San Pedro. Si fuerais a pie no llegaríais jamás, por la cantidad de cosas curiosas que se encuentran en el camino. No necesitáis ningún itinerario, ningún cicerone. En cinco o seis mañanas, vuestro cochero os hará hacer las cinco visitas siguientes:
 1.° El Coliseo  o San Pedro.
2.° La sala de Rafael en el Vaticano.
3.° El Panteón, y luego las once columnas, restos de la basílica de Antonino el Piadoso, con las cuales hizo Fontana, en 1695, el edificio de la Aduana terrestre. Aquí os llevan al llegar a Roma, si vuestro cónsul no os ha enviado una dispensa a Florencia. Aquí se aburre uno y pasa tres horas de mal humor. Una vez dejé al vetturino con mis llaves y entré en Roma como un paseante por la Porta Pia. Hay que seguir el camino exterior a las murallas, ala izquierda de la puerta del Popolo, bordeando el Muro Torto.
4.° El taller de Canova y las principales estatuas de este gran hombre dispersas en las iglesias y en los palacios: Hércules lanzando a Lycas al mar, en el bonito palacio del banquero Torlonia, duque de Bracciano, en la plaza de Venecia, al final del Corso; la tumba de Ganganelli en los Santos Apóstoles; las tumbas del papa Rezzonico y de los Estuardos en San Pedro, la estatua de Pío VI ante el altar mayor. Hay que acostumbrarse a no mirar en una iglesia más que lo que se ha ido a ver en ella.
5.° El Moisés, de Miguel Ángel, en San Pietro in Vincoli; el Cristo de la Minerva; la Pietá, en San Pedro, primera capilla a la derecha según se entra. Todo esto os parecerá muy feo, y os extrañará la honorable mención que aquí hago de ello.
6.° La Basílica de San Pablo, a dos millas de Roma, por la parte de Ostia. Observad, cerca de la puerta de la ciudad, al salir, la pirámide de Cestio. Este Cestio fue un financiero como el presidente Hénaut. Vivió en tiempos de Augusto.
7.° Las ruinas de las Termas de Caracalla, y al volver, la iglesia de San Stefano Rotondo; la columna trajana y los restos de la basílica descubierta a sus pies en 1811.
8.° La Farnesina, junto al Tíber, orilla derecha, parte etrusca. Aquí se encuentran las aventuras de Psiquis pintadas al fresco por Rafael. Id a ver la galería de Aníbal Carracci, en el palacio Farnesio, y la Aurora, del Guido, en el palacio Rospigliosi, Plaza de Monte Cavallo. Muy cerca de aquí, la iglesia de Santa María de los Ángeles, de Miguel Ángel: arquitectura sublime. La estatua de Santa Teresa en Santa María della Vittoria y, al volver, la bonita iglesita llamada Noviciado de los Jesuitas.
9.° La Villa Madama, a mitad de la falda del monte Mario. Es una de las cosas más bonitas hechas por Rafael en arquitectura. A la vuelta, ved la villa del papa Julio, a media legua de Roma cerca de la puerta del Popolo. Ved al lado el paisaje del Acqua Acetosa. El rey de Baviera ha hecho poner aquí un banco.
lO.° Las galerías Borghese, Doria, Sciarra y la galería pontificia, en el tercer piso del Vaticano.
1l.° Si os sentís dispuestos a ver estatuas haced que os lleven al Museo Pío Clementino (en el Vaticano) o a las salas del Capitolio. Las pobres cabezas que tienen el poder no permiten abrir estos museos más que una vez por semana; sin embargo, si el pueblo de Roma puede pagar los impuestos y ver un escudo, es porque un extranjero se ha tomado el trabajo de llevárselo.

Es imposible que alguna de estas cosas no os encante. Id a ver lo que os haya conmovido; buscad las cosas
parecidas. Es la puerta que la Naturaleza os abre para haceros entrar en el templo de las bellas artes. He aquí todo el secreto del talento del cicerone.


Son las recomendaciones que hace nuestro autor para ver lo más destacado de Roma en seis mañanas. Escrito el 15 de agosto de 1827.
*El subtitulo es nuestro.

martes, 12 de agosto de 2014

12 de agosto de 1827

"La primera locura se ha calmado un poco. Deseamos ver los monumentos de una manera completa. Ahora es así como gozaremos más de ellos. Mañana por la mañana vamos al Coliseo, y no lo dejaremos hasta haber examinado todo lo que hay que ver."

Es lo que escribe el 12 de agosto de 1827. Página 41 de nuestro libro.


domingo, 10 de agosto de 2014

10 de agosto de 1827



"Habiendo salido de casa esta mañana para ver un monumento célebre, nos detuvo en el camino una bella ruina, y luego la vista de un bonito palacio, al que subimos. Acabamos de errar casi por ventura. Hemos saboreado la felicidad de estar en Roma con toda libertad y sin pensar en el deber de ver.


El calor es extremado; subimos en coche muy de mañana; a eso de las diez, nos refugiamos en alguna iglesia, donde encontramos fresco y oscuridad. Sentados en silencio en algún banco de madera con respaldo, con la cabeza atrás y apoyada en el mismo, nuestra alma parece desprenderse de todas sus ataduras terrestres, como para ver lo bello frente a frente. Hoy nos refugiamos en Sant’ Andrea della Valle, frente a los frecos del Domenichino; ayer fue en Santa Prassede."

Es lo que escribe nuestro autor en 1827  en el día supuestamente más caluroso del año . Páginas 40 y 41.

Fotografía procedente de: http://romanchurches.wikia.com/wiki/File:Sant_andrea_della_valle_051211-01.JPG

domingo, 6 de julio de 2014

Santa María la Mayor



6 de julio de 1828

Basílica de Santa María la Mayor

Esta iglesia debe su origen a un milagro por el estilo del que le ocurrió a Migné en 1826.  A Migné se le apareció en el cielo una cruz inmensa; en Roma, en la noche del 4 al 5 de agosto del año 352, el papa San Liberio y Juan Patricio, rico ciudadano, tuvieron la misma visión. Al día siguiente, 5 de agosto, una nevada milagrosa cubrió exactamente el espacio que hoy ocupa la Basílica de Santa María la Mayor. Por causa del milagro, se le llamó al principio Santa María ad Nives y Santa Maria Liberiana, y finalmente Santa María la Mayor, porque es la más grande de las veintiséis iglesias consagradas en Roma a la Madre del Salvador.

En 432, el papa Sixto III agrandó esta basílica y le dio la forma que tiene hoy. Varios papas  la enriquecieron, y por último Benedicto XIV (1745) hizo reconstruir la fachada principal. Es una lástima que no se conserve la fachada primitiva, que era un pórtico de ocho columnas y un gran mosaico ejecutado por Gaddo Gaddi y Rossetti, contemporáneo de Cimabue. Era la buena época: los pintores adoraban su arte, y la pasión es persuasiva.



Benedicto XIV, Lambertini, mandó hacer esta fachada sobre planos de Fuga. Tiene dos órdenes: el pórtico
inferior, que es jónico con frontispicios, y el superior es corintio y tiene tres arcos. Subimos al pórtico superior para ver el mosaico verdaderamente cristiano de Gaddo Gaddi; en la planta baja, al lado de la puerta, hay una mala estatua de Felipe IV, que mandó oro para decorar esta iglesia, una de las cinco patriarcales.

Gracias a este oro, esta basílica parece un salón magnífico y no un lugar terrible, morada del Todopoderoso.
Verdad es que el artesonado es de una magnificencia verdaderamente regia; aquí se empleó el primer oro venido de las Indias. Treinta y seis soberbias columnas jónicas de mármol blanco dividen este inmenso salón en tres partes, de las cuales la del medio es mucho más elevada y más clara que las otras. Se cree que estas columnas proceden del Templo de Juno. Hay que pasar rápidamente ante las mediocres tumbas de Nicolás IV y de Clemente IX, para llegar a la magnífica capilla de Sixto V, en la cual reposa este papa. Este gran príncipe tuvo la fortuna de encontrar en el caballero Fontana un arquitecto un poco superior a lo mediocre. La estatua de Sixto V se mira sólo para buscar en ella la fisonomía del mismo. San Pío V, inquisidor, ocupa frente a aquel gran hombre una bella urna de verde antiguo. Esta capilla está toda revestida de mármoles preciosos, pero los cuadros, los bajorrelieves y las estatuas son mediocres.

Cuatro ángeles de bronce dorado sostienen encima del altar un magnífico tabernáculo también de bronce
dorado, en el que se conserva una parte de la cuna de Jesucristo. Entre todos los frescos que cubren las paredes de la capilla de Sixto V y de la sacristía vecina, hemos visto con gusto algunos paisajes de Paul Bril.
El altar mayor de la basílica está bajo un magnífico baldaquino sostenido por cuatro columnas de pórfido
y de orden corintio, rodeadas de palmas doradas. Este ornamento está coronado por seis ángeles de mármol; el altar está hecho de una urna antigua de pórfido que dicen perteneció a la tumba de Juan Patricio y su esposa.

El mosaico que está al fondo de la tribuna es de Turrita, hombre de talento que contribuyó al renacimiento
del arte. Los otros mosaicos de esta iglesia nos han interesado porque se remontan al año 434, y muestran lo que era el arte en Italia antes del Renacimiento (que tuvo lugar hacia 1250). El papa Paulo V eligió Santa
María la Mayor para su tumba (1620); hay que reconocer que su capilla es magnífica. Junto a su tumba mandó poner la de Clemente VIII, que le había hecho cardenal. Las estatuas de los dos papas son de Silla, de Milán. Es lástima que Paulo V, que tenía el genio de un gran señor, no encontrara un escultor mejor; su capilla está abarrotada de estatuas y de bajorrelieves, en los que se prodigaron los mármoles más ricos.

En medio de tantos objetos de arte, sólo hay que pararse en los frescos de las paredes laterales y en los arcos de las ventanas, así como en la tumba de Paulo V; estos frescos figuran entre las buenas obras de Guido Reni. Son los santos griegos y las emperatrices canonizadas; pero ¿qué importan los nombres que se den a estas figuras? La imagen de la Virgen, que está en el altar, fue pintada por San Lucas; está sobre un fondo de lapislázuli, rodeada de piedras preciosas y sostenida por cuatro ángeles de bronce dorado. Sobre la cornisa de este altar hay un bajorrelieve también de bronce dorado, representando el milagro de la nieve que dio lugar a la fundación de esta basílica.

Esta capilla de Paulo V y la del papa Corsíni, en San Juan de Letrán, dan la idea de la magnificencia y despertarían el gusto un poco obtuso de las gentes del Norte o de los habitantes de América; en Roma son poco consideradas.



Santa María la Mayor tiene dos fachadas; la del norte, que se ve desde la calle que va a la Trinitá dei Monti, fue hecha por orden de los papas Clemente IX y Clemente X (1670).

Sixto V hizo trasladar a la solitaria plaza a que da esta fachada un obelisco de granito rojo sin jeroglíficos. El
emperador Claudio lo había traído de Egipto, y estaba tirado ante el Mausoleo de Augusto, donde fue encontrado, así como el obelisco de Monte Cavallo; mide cuarenta y dos pies de alto y el pedestal veintiuno.

La calle por la que hemos ido de aquí a la Plaza de la Columna Trajana es curiosa por las subidas y bajadas.
Me ha parecido habitada por el pueblo modesto; las conversaciones que se oyen en ella revelan un carácter
sombrío, apasionado y satírico; la alegría de este pueblo es embriaguez. [...]

Es lo que escribe nuestro autor en el día de hoy de 1828, en las páginas 354 a 358 de la edición que seguimos.

domingo, 23 de febrero de 2014

Funerales de León XII, 2

Anoche hemos asistido, por gran favor, a un espectáculo lúgubre. En esta inmensa iglesia de San Pedro, unos carpinteros, alumbrados por siete u ocho antorchas, clavaban definitivamente el ataúd de León XII. Unos albañiles lo alzaron luego con unas cuerdas y una grúa hasta encima de la puerta, donde reemplaza a Pío VII. Estos obreros no han dejado de bromear todo el tiempo; eran bromas maquiavélicas, agudas, profundas y malévolas. Estos hombres hablaban como los demonios de la Panhypocrisiade de Lemercier; nos hacían daño. Una de nuestras compañeras de viaje, que tenía lágrimas en los ojos, obtuvo el honor de dar dos martillazos para clavar un clavo. Jamás olvidaremos este lúgubre espectáculo; hubiera sido menos horrible si hubiésemos amado a León XII.

Por fin han terminado las exequias.

El cardenal della Somaglia acaba de cantar una misa del Espíritu Santo con ocasión de la apertura del Cónclave. Esta ceremonia ha tenido también lugar en la capilla del coro, en San Pedro, cuya barandilla dorada está ornada de tantas estatuas desnudas. Este contrasentido nos ha perseguido todo el tiempo de las exequias. Hoy, monseñor Testa ha predicado en latín sobre la elección del Papa. Demasiado aburrido y falso; todo el mundo parecía pensar en otra cosa.

El partido ultramontano entre los cardenales se llama, no sé por qué, el partido sardo; hoy dicen que saldrá vencedor. El papa futuro continuará el reinado de León XII en lo interior y no tendrá la misma moderación en sus relaciones con las potencias extranjeras. Estos viejos cardenales tienen que tener el corazón de
bronce para resistir a la perspectiva de los últimos momentos de León XII. Yo quisiera, ante todo, ser amado por los que me rodean.

Esta tarde, a las veintidós (dos horas antes de la puesta del sol) fuimos a ver la procesión de los cardenales entrando en el Cónclave. Esta ceremonia ha tenido lugar en la Plaza de Monte Cavallo, en torno a los caballos de tamaño colosal. La cruz que precedía a los cardenales estaba vuelta hacia atrás, es decir, que estos señores podían ver el cuerpo del Salvador. Todas estas cosas tienen un sentido místico que monseñor N... tiene la bondad de explicarnos. Cada cardenal iba acompañado de su conclavista, que, según creo, toma el título de barón al salir del Cónclave.

Como a la reunión de los cardenales se le rinden los honores debidos a un soberano, estos señores estaban
rodeados de guardias nobles y de suizos de gran uniforme del siglo XV. Este uniforme nos ha parecido de muy buen gusto en esta ocasión.

La procesión comenzaba por los cardenales obispos; hemos contado cinco: Sus Excelencias della Somaglia,
Pacca, Galeffi, Castiglioni y Beccazzoli. El pueblo decía en torno a nosotros que uno de estos señores será papa. Detrás de ellos iban veintidós cardenales sacerdotes, con el cardenal Fesch a la cabeza, y por último, cinco cardenales diáconos. Monseñor Capeletti, gobernador de Roma y director general de la policía, caminaba al lado del cardenal decano, monseñor della Somaglia. Esta procesión fue recibida a la puerta del Cónclave por una comisión de cinco cardenales, entre los que estaba el cardenal Bernetti; por esta razón no le vimos en la procesión, donde le buscaban con los ojos todos los extranjeros, y sobre todo los que han llegado hoy. Nos fuimos a comer, y, como unos verdaderos papanatas, volvimos a la Plaza de Monte Cavallo a las tres de la noche (ocho y media de la noche) a esperar las tres campanadas famosas. Sonaron; salieron del Cónclave todas las personas ajenas al mismo; el príncipe Chigi montó su guardia, y los cardenales quedaron encerrados.

¿Cuándo saldrán? Todo esto puede ser largo. No se decidirá nada hasta que llegue el cardenal Albani, legado en Bolonia, que tiene el secreto de Austria, es decir, que está encargado de su veto (ya sabéis que en el Cónclave de 1823, el cardenal Albani puso el veto al cardenal Severoli).

Ya se supone que no puedo decirlo todo. Circulan por Roma versos deliciosos; es la fuerza de Juvenal unida a la locura de Aretino.

Estos versos dicen que hay tres partidos bien constituidos: el partido sardo o ultra, que pretende que hay que gobernar a la Iglesia y los Estados del papa del modo más severo. Este partido lo dirige el cardenal Pacca.

El partido liberal, dirigido por el cardenal Bernetti.

El partido austriaco del centro, cuyo jefe es el cardenal Galecti, un hombre instruido y amante de las artes.
Lo singular para nosotros, ignorantes, es que los jesuitas son del partido del centro. ¿Es para traicionarle? «Il tempo è galantuomo», dice monseñor N...; es decir, que sabremos la verdad cuando acabe el Cónclave.

¿La esperaremos en Roma? Pensábamos ponernos en camino en cuanto se cerrase el Cónclave. Pero hace frío, y vamos al norte con la tramontana de frente; pero nuestras compañeras de viaje desean ver la coronación de un papa. Acaba de quedar decidido, bien a pesar mío, que esperaremos este gran acontecimiento tres días. Nuestros amigos ingleses han hecho apuestas enormes sobre esto. Apuestan mil quinientas guineas contra mil a que el Cónclave durará más de treinta veces veinticuatro horas, o sea más de setecientas veinte horas. [...]

Es lo que escribe nuestro autor el 23 de febrero de 1829. Páginas 497 a 500.

martes, 18 de febrero de 2014

Mausoleo de Pío VII (18 de febrero de 1829)


 Mausoleo de Pío VII (Imagen procedente de Wikimedia)

Los cardenales llegan en tropel. El rey de Baviera ha ido a ver el mausoleo de Pío VII, en casa de M. Thorvaldsen. Este mausoleo está dispuesto justamente en el momento conveniente. León XII va a ser colocado encima de una puerta, cerca de la capilla del coro, en San Pedro, donde reemplazará al buen Pío VII. Los restos de este papa los depositarán en el subterráneo de San Pedro, hasta el momento en que sean colocados en los cimientos del mausoleo. Ya sabéis que es el cardenal Consalvi el que, en su testamento, ha dispuesto que su señor tuviera una tumba. Pasados los nueve días de los funerales solemnes, el Estado no hace nada aquí por un papa muerto. Se habla ya de León XII como si hubiera fallecido hace veinte años.

El cardenal Albani no quiere admitir en San Pedro la tumba de Pío VII que acaba de terminar Thorvaldsen. La razón es que Thorvaldsen es un hereje.

Al rey de Baviera le han gustado tanto las tres estatuas destinadas el monumento de Pío VII, que ha condecorado en el acto a M . Thorvaldsen con la cruz de comendador de su orden. Este nuevo honor no da resultado en Roma; dicen que el artista es un falso infeliz y un gran diplomático. Acaso en esto es la envidia la que habla; M. Thorvaldsen tiene ocho o diez condecoraciones. Como yo no admiro apenas sus obras, no he intentado que me presenten a él. […]

18 de febrero de 1829, páginas 496 y 497.

viernes, 14 de febrero de 2014

Funerales del Papa (14 de febrero de 1829)


Fotografía: Wikimedia

Los funerales del Papa han comenzado hoy en San Pedro; durarán nueve días, según costumbre. A las once de la mañana estábamos ya en San Pedro. Monseñor N. ha tenido la bondad de explicarnos todo el ceremonial que vemos desarrollarse ante nosotros. El catafalco del Papa ha sido levantado en la capilla del coro; está rodeado de guardias nobles, vestidos con su bello uniforme rojo con dos charreteras de coronel doradas. El cadáver del Papa no está todavía en el catafalco.

Hemos asistido a una misa solemne dicha ente esta catafalco. Ha oficiado el cardenal Pacca en su calidad de vicedecano del Sacro Colegio. El cardenal Pacca es el candidato del partido ultramontano, y tiene muchas probabilidades de suceder a León XII. Le encuentro una fisonomía inteligente. Todos los extranjeros asisten a esta misa.

Se pronunciaban los nombres de los cardenales, se estudiaba su fisonomía. Ocho o diez de estos señores tienen un aire grave o más bien enfermizo. Los demás hablan mucho entre ellos, y como lo harían en un salón.

Después de la misa, los cardenales se han ido a gobernar el Estado. La sesión ha tenido lugar en la sala del Capítulo de San Pedro. Han confirmado a todos los magistrados. Los conservadores de Roma han ido a recitarles un discurso de dolor sobre la muerte de León XII, la cual alegra a todo el mundo. Por lo demás, lo mismo habría ocurrido si este Papa hubiera sido un Sixto V. Los cardenales encargados de hacer preparar las pequeñas habitaciones para la celebración del Cónclave en el palacio de Monte Cavallo, han dado su informe.

Mientras los cardenales gobernaban, el clero de San Pedro ha ido a buscar el cadáver de León XII a la capilla donde estaba expuesto. Han cantado un Miserere bastante mal. Llegado el cadáver del Papa a la capilla del coro, han vuelto los cardenales. El cadáver está magníficamente vestido de blanco; lo han colocado, con pompa y conformándose estrictamente a un ceremonial muy complicado, en un sudario de seda carmesí adornado de bordados y de franjas de oro. Han sido depositadas en el féretro tres bolsas llenas de medallas y un pergamino con la historia de la vida del Papa. 

Las cortinas de la gran puerta de la capilla del coro estaban cerradas; pero algunos extranjeros protegidos fueron introducidos furtivamente en la tribuna de cantores. 

Un notario levanta acta de todas las ceremonias de que os doy cuenta muy sumariamente. Una justa desconfianza informa todo lo que ocurre en la muerte de un papa. Pues, al fin y al cabo, el papa difunto no tiene familia presente, y los personajes encargados de elegirle un sucesor podrían enterrar a un papa vivo. […]

14 de febrero de 1829 – pp.494-496

lunes, 10 de febrero de 2014

Muerte de León XII (10 de febrero de 1829)

Nos despiertan a las nueve; ha muerto León XII. Annibale della Genga había nacido el 2 de agosto de 1760; ha reinado cinco años, cuatro meses  y trece días. Acaba de expirar, sin dolores aparentes, a los ocho y media.

Hemos ido a toda prisa al Vaticano. Hace un frío muy agudo.

El 4 de febrero Su Santidad había concedido una audiencia de una hora a nuestro amigo el joven noble ruso y a dos ingleses. El Papa parecía de muy buen humor y con buena salud. La conversación giró sobre los uniformes de las diferentes armas del ejército ruso y del ejército prusiano. “El Papa me pareció muy feo –nos decía M. N.-; tiene completamente el tono de un viejo embajador inteligente, muy sutil y acaso un poco perverso. El Papa bromeó varias veces, y muy bien. Se burlón indirectamente de uno de los cardenales que nombró en último lugar”.

El cardenal Galeffi, camarlengo, ha reunido el tribunal de la Reverenda Camera Apostolica, y a la una del día entró en el cuarto de papa finado. Después de una breve oración, el camarlengo se acercó al lecho; levantaron el velo que cubría la cabeza del difunto, el camarlengo  reconoció el cuerpo y monsignor maestro di Camera le volvió a poner el anillo del pescador.

A la salida del Vaticano, el camarlengo, que representa ahora al soberano, fue seguido de la guardia suiza, vestida con su gran uniforme del siglo XV, mitad amarillo mitad blanco. A su paso le han rendido todos los honores militares. Luego, se ha ocupado de la toilette del papa difunto; le ha vestido y afeitado; dicen que le han puesto un poco de colorete. Velan el cadáver los penitenciarios de San Pedro. Se ha procedido a embalsamarle; luego, cubrirán el rostro con una mascarilla de cera muy parecida.

A las diez, el senado de Roma, oficialmente enterado de la muerta del Papa, ha mandado tocar la campana grande del Capitolio. Por orden del cardenal Zurla, vicario, han respondido a este toque todas las campanas de Roma. Este momento ha sido bastante imponente. Al son de todas las campanas de la Ciudad Eterna hemos comenzado nuestras visitas de despedida a sus más bellos monumentos. Nuestros asuntos nos reclaman en Francia, y pensamos salir para Venecia en cuanto se clausure el Cónclave.

Es lo que escribe nuestro autor el 10 de febrero de 1829. Páginas 493 y 494 del volumen.