lunes, 18 de agosto de 2014

El Coliseo (18 de agosto)




La opinión corriente es que Vespasiano hizo construir
el Coliseo en el lugar donde estaban antes los estanques
y los jardines de Nerón; era aproximadamente el centro
de la Roma de César y de Cicerón. La estatua colosal de
Nerón, en mármol y de ciento diez pies, fue colocada
cerca de este teatro; de aquí el nombre de Colosseo.
Otros pretenden que este nombre viene de la extensión
sorprendente y de la altura colosal de este edificio.

Como nosotros, los romanos tenían la costumbre de
celebrar con una fiesta la inauguración de una casa nueva;
un teatro se inauguraba con un drama representado
con una pompa extraordinaria; una naumaquia, con un
combate de barcas; con carreras de carros, y sobre todo
con luchas de gladiadores, se celebraba la inauguración
de un circo; la caza de animales feroces, señalaba la
 fundación de un anfiteatro. Tito, como hemos visto,
presentó el día de la apertura del Coliseo un número enorme
de fieras que fueron muertas todas. ¡Qué dulce placer
para los romanos! Si nosotros no sentimos este placer
tenemos que agradecérselo a la religión de Jesucristo.

El Coliseo está construido casi por entero con bloques
de travertino, una piedra bastante fea llena de agujeros
la toba y de un blanco tirando a amarillo. La traen de
Tívoli. El aspecto de todos los monumentos de Roma
sería mucho más agradable al primer golpe de vista si
los arquitectos hubieran tenido a su disposición la bella
piedra empleada en Lyon o en Edimburgo, o bien el mármol
con el que están haciendo el Circo de Pola. (Dalmacia).

Sobre los arcos de orden dórico del Coliseo se ven números
antiguos; cada arco servía de puerta. Numerosas escaleras
a los pórticos superior y a las gradas. Así, en pocos instantes,
cien mil espectadores podían entrar y salir del Coliseo.

Dicen que Tito hizo construir una galería que, partiendo de su
palacio del Monte Esquilino, le permitía ir al Coliseo sin
pasar por las calles de Roma. Debía de desembocar entre los
 dos arcos marcados con los números 38  y 39. [...]

El arquitecto que construyó el Coliseo tuvo el valor de ser
sencillo. Se guardó de recargarlo de pequeños ornamentos
bonitos y mezquinos, como los que estropean el interior del
patio del Louvre. En Roma el gusto público no estaba
viciado por la costumbre de las fiestas y de las ceremonias
de una corte como la de Luis XIV. [...]

A los emperadores de Roma se les había ocurrido la
sencilla idea de reunir en su persona todas las magistraturas
 inventadas por la república a medida de las necesidades del
 tiempo. Eran cónsules, tribunos, etc. Aquí todo es
simplicidad y solidez; por eso las junturas de los inmensos
bloques de piedra, que se ven desde todas  partes, toman
un carácter impresionante de grandiosidad. El espectador
debe esta sensación, que se acentúa más aún en el recuerdo,
a la ausencia de todo pequeño ornamento; toda la atención
 se dedica a la masa de tan y magnífico edificio.


Recreación de la "arena"

La plaza en que tenían lugar los juegos y los espectáculos se
 llamaba arena, por la arena que esparcían en el suelo los
días de juegos. Dicen que esta arena estaba antiguamente
diez pies más baja que hoy. Estaba rodeada de un muro lo
bastante alto para impedir a los leones y a los tigres lanzarse
sobre los espectadores. Esto mismo se ve hoy en los teatros
de madera destinados en España a las corridas de toros. En
este muro había unas aberturas cerradas con verjas de hierro,
por donde entraban los gladiadores y las fieras y se sacaban
los cadáveres.

En Roma, el lugar de honor está sobre el muro que rodeaba
la arena, y se llamaba podium. Desde aquí se podía gozar de
la fisonomía de los gladiadores moribundos  y distinguir los
menores detalles de la lucha. Aquí se hallaban los sitios
reservados a las vestales, al emperador y a su familia, a los
senadores y a los principales magistrados.

Detrás del podium comenzaban las gradas destinadas al
pueblo; estas gradas estaban divididas en tres órdenes
llamados meniana. La primera división contenía doce
 gradas, y la segunda quince; eran de mármol. Las gradas
de la tercera división eran, según se cree, de madera. Hubo
un incendio, y esta parte del teatro fue restaurada por
Heliogábalo y Alejandro. La totalidad de las gradas podía
contener ochenta y siete mil espectadores, y se calcula
que podían colocarse otros veinte mil de pie en los pórticos
de la parte superior, construidos en madera.

Sobre las ventanas del piso más alto se distinguen unos
agujeros en los que se supone que se empotraban las vigas
del velarum. Estas vigas soportaban unas poleas y unas
cuerdas, con las cuales se maniobraban una serie de
inmensas bandas de lona que cubrían el anfiteatro para
preservar a los espectadores del ardor del sol. En cuanto
a la lluvia, yo no concibo muy bien cómo estos toldos
podían preservar de las lluvias torrenciales que caen en
Roma. Edificios comparables a éste en tamaño hay que
buscarlos en Oriente, entre las ruinas de Palmira, de Balbec
o de Petra; pero esos edificios asombran sin gustar. Más
vastos que el Coliseo, jamás nos producirán la misma
impresión. Están construidos según otras reglas de
belleza a las que nosotros no estamos acostumbrados.
Las civilizaciones que han creado esta belleza han desaparecido.

Esos grandes templos altos y huecos de la India o de
Egipto sólo evocan los recuerdos innobles del despotismo;
no estaban destinados a gustar a almas generosas. Diez mil
o cien mil esclavos han muerto de fatiga en esos trabajos
asombrosos.

A medida que conozcamos mejor la Historia antigua,
¡cuántos reyes no encontraremos más poderosos que
Agamenón, cuántos guerreros tan bravos como Aquiles!
Pero estos nuevos nombres carecerán de emoción para
 nosotros. Se leen las curiosas Memorias de Bober,
emperador de Oriente hacia 1340, y después de pensar
en ellas un instante, se piensa en otra cosa.



El Coliseo es sublime para nosotros porque es un vestigio
vivo de esos romanos cuya historia ha llenado nuestra
infancia. El alma encuentra relaciones entre las
grandezas de sus empresas y la de este edificio. ¿Qué lugar
en la tierra vio alguna vez una multitud tan grande y
pompas tales? Al emperador del mundo (¡y este hombre
era Tito!) lo recibían aquí los gritos de alegría de
cien mil espectadores; y ahora ¡qué silencio!

Cuando los emperadores trataron de luchar con la
nueva religión predicada por San Pablo, que anunciaba
a los esclavos y a los pobres la igualdad ante Dios, enviaron
al Coliseo a muchos cristianos a sufrir el martirio. Este
edificio fue, pues, muy venerado en la Edad Media;
por eso no ha sido destruido por completo. Benedicto XIV,
queriendo quitar todo pretexto a los grandes señores que,
desde hacía siglos, mandaban a buscar piedras al Coliseo
como a una cantera, hizo erigir alrededor de la arena
catorce pequeños oratorios, cada uno de los cuales  contiene
un fresco representando un paso de la pasión del Señor. En la
parte oriental, en un rincón de las ruinas, han hecho una
capilla en la que se dice misa; al lado, una puerta cerrada
con llave indica la entrada de la escalera de madera por
la que se sube a los pisos superiores.

Al salir del Coliseo por la puerta oriental, hacia San Juan de Letrán, hay un pequeño cuerpo de guardia de cuatro hombres y el inmenso arbotante de ladrillo, hecho por Pío VII para sostener esta parte de la fachada exterior a punto de derrumbarse.

Luego, cuando el lector se haya aficionado a estas cosas, hablaré de las conjeturas propuestas por los sabios sobre las construcciones encontradas bajo el nivel actual de la arena del Coliseo, cuando se hicieron excavaciones por orden de Napoleón (1810  a  1814). Invito de antemano al lector a no creer en este género más que lo que le parezca probado, cosa importante para sus goces; es inimaginable presunción de los ciceroni romanos.

Es lo que escribe nuestro autor el día 18 de agosto de 1827, en las páginas 53 a 57 de nuestro libro.

MÁS  FOTOS  AQUÍ

viernes, 15 de agosto de 2014

15 de agosto de 1827 (o Roma en 6 mañanas)*


Mi huésped ha colocado unas flores ante un pequeño busto de Napoleón que hay en mi cuarto. Mis amigos conservan definitivamente sus habitaciones en la Plaza de España, junto a la escalera que sube a la Trinità dei Monti.

Imaginad dos viajeros bien educados corriendo el mundo juntos; cada uno de ellos se complace en sacrificar al otro sus pequeños planes de cada día, y al final, del viaje resulta que se han importunado constantemente.

Cuando los viajeros son varios, si quieren ver una ciudad, pueden convenir la una de la mañana para salir juntos. No se espera a nadie; se supone que los ausentes tienen razones para pasar esa mañana solos.

En el camino se conviene que el que pone un alfiler en el cuello de su levita se hace invisible; y ya no se le habla. En fin, cada uno de nosotros podrá, sin faltar a la cortesía, pasear solo por Italia e incluso volverse a Francia; ésta es nuestra constitución escrita y firmada esta mañana en el Coliseo, en el tercer piso de los pórticos, sobre el sillón de madera colocado allí por un inglés. Por medio de esta constitución esperamos que nos querremos al volver de Italia lo mismo que al ir. [...]

Yo diría a los viajeros: al llegar a Roma, no os dejéis envenenar por ninguna opinión; no compréis ningún libro: demasiado pronto la época de la curiosidad y de la ciencia reemplazará a la de las emociones; alojados en la Via Gregoriana o, por lo menos, en el tercer piso de una casa de la Piazza Venezia, al final del Corso; evitad la vista y, más aún, el contacto de los curiosos. Si al visitar los monumentos por las mañanas tenéis el valor de llegar hasta el aburrimiento por falta de compañía, así fueseis el ser más apagado por la pequeña vanidad de salón, acabaréis por sentir las artes.

En el momento de entrar en Roma, tomad una calesa, 34 según que os sintáis dispuestos para sentir lo bello inculto y terrible. O lo bello bonito y ordenados, haced que os lleven al Coliseo o a San Pedro. Si fuerais a pie no llegaríais jamás, por la cantidad de cosas curiosas que se encuentran en el camino. No necesitáis ningún itinerario, ningún cicerone. En cinco o seis mañanas, vuestro cochero os hará hacer las cinco visitas siguientes:
 1.° El Coliseo  o San Pedro.
2.° La sala de Rafael en el Vaticano.
3.° El Panteón, y luego las once columnas, restos de la basílica de Antonino el Piadoso, con las cuales hizo Fontana, en 1695, el edificio de la Aduana terrestre. Aquí os llevan al llegar a Roma, si vuestro cónsul no os ha enviado una dispensa a Florencia. Aquí se aburre uno y pasa tres horas de mal humor. Una vez dejé al vetturino con mis llaves y entré en Roma como un paseante por la Porta Pia. Hay que seguir el camino exterior a las murallas, ala izquierda de la puerta del Popolo, bordeando el Muro Torto.
4.° El taller de Canova y las principales estatuas de este gran hombre dispersas en las iglesias y en los palacios: Hércules lanzando a Lycas al mar, en el bonito palacio del banquero Torlonia, duque de Bracciano, en la plaza de Venecia, al final del Corso; la tumba de Ganganelli en los Santos Apóstoles; las tumbas del papa Rezzonico y de los Estuardos en San Pedro, la estatua de Pío VI ante el altar mayor. Hay que acostumbrarse a no mirar en una iglesia más que lo que se ha ido a ver en ella.
5.° El Moisés, de Miguel Ángel, en San Pietro in Vincoli; el Cristo de la Minerva; la Pietá, en San Pedro, primera capilla a la derecha según se entra. Todo esto os parecerá muy feo, y os extrañará la honorable mención que aquí hago de ello.
6.° La Basílica de San Pablo, a dos millas de Roma, por la parte de Ostia. Observad, cerca de la puerta de la ciudad, al salir, la pirámide de Cestio. Este Cestio fue un financiero como el presidente Hénaut. Vivió en tiempos de Augusto.
7.° Las ruinas de las Termas de Caracalla, y al volver, la iglesia de San Stefano Rotondo; la columna trajana y los restos de la basílica descubierta a sus pies en 1811.
8.° La Farnesina, junto al Tíber, orilla derecha, parte etrusca. Aquí se encuentran las aventuras de Psiquis pintadas al fresco por Rafael. Id a ver la galería de Aníbal Carracci, en el palacio Farnesio, y la Aurora, del Guido, en el palacio Rospigliosi, Plaza de Monte Cavallo. Muy cerca de aquí, la iglesia de Santa María de los Ángeles, de Miguel Ángel: arquitectura sublime. La estatua de Santa Teresa en Santa María della Vittoria y, al volver, la bonita iglesita llamada Noviciado de los Jesuitas.
9.° La Villa Madama, a mitad de la falda del monte Mario. Es una de las cosas más bonitas hechas por Rafael en arquitectura. A la vuelta, ved la villa del papa Julio, a media legua de Roma cerca de la puerta del Popolo. Ved al lado el paisaje del Acqua Acetosa. El rey de Baviera ha hecho poner aquí un banco.
lO.° Las galerías Borghese, Doria, Sciarra y la galería pontificia, en el tercer piso del Vaticano.
1l.° Si os sentís dispuestos a ver estatuas haced que os lleven al Museo Pío Clementino (en el Vaticano) o a las salas del Capitolio. Las pobres cabezas que tienen el poder no permiten abrir estos museos más que una vez por semana; sin embargo, si el pueblo de Roma puede pagar los impuestos y ver un escudo, es porque un extranjero se ha tomado el trabajo de llevárselo.

Es imposible que alguna de estas cosas no os encante. Id a ver lo que os haya conmovido; buscad las cosas
parecidas. Es la puerta que la Naturaleza os abre para haceros entrar en el templo de las bellas artes. He aquí todo el secreto del talento del cicerone.


Son las recomendaciones que hace nuestro autor para ver lo más destacado de Roma en seis mañanas. Escrito el 15 de agosto de 1827.
*El subtitulo es nuestro.

martes, 12 de agosto de 2014

12 de agosto de 1827

"La primera locura se ha calmado un poco. Deseamos ver los monumentos de una manera completa. Ahora es así como gozaremos más de ellos. Mañana por la mañana vamos al Coliseo, y no lo dejaremos hasta haber examinado todo lo que hay que ver."

Es lo que escribe el 12 de agosto de 1827. Página 41 de nuestro libro.


domingo, 10 de agosto de 2014

10 de agosto de 1827



"Habiendo salido de casa esta mañana para ver un monumento célebre, nos detuvo en el camino una bella ruina, y luego la vista de un bonito palacio, al que subimos. Acabamos de errar casi por ventura. Hemos saboreado la felicidad de estar en Roma con toda libertad y sin pensar en el deber de ver.


El calor es extremado; subimos en coche muy de mañana; a eso de las diez, nos refugiamos en alguna iglesia, donde encontramos fresco y oscuridad. Sentados en silencio en algún banco de madera con respaldo, con la cabeza atrás y apoyada en el mismo, nuestra alma parece desprenderse de todas sus ataduras terrestres, como para ver lo bello frente a frente. Hoy nos refugiamos en Sant’ Andrea della Valle, frente a los frecos del Domenichino; ayer fue en Santa Prassede."

Es lo que escribe nuestro autor en 1827  en el día supuestamente más caluroso del año . Páginas 40 y 41.

Fotografía procedente de: http://romanchurches.wikia.com/wiki/File:Sant_andrea_della_valle_051211-01.JPG